lunes, 5 de septiembre de 2011

LAS RELACIONES LÓGICA Y METAFÍSICA


Patricio Valdés Marín

LA RELACION LOGICA

El pensamiento abstracto de las relaciones ontológica y causal quedaría incompleto sin el procesamiento lógico del pensamiento racional. El intelecto humano tiene la capacidad racional para relacionar las representaciones abstractas —las ideas—, en estructuras lógicas. Para ello ordena las relaciones ontológicas y causales en proposiciones lógicas según la cantidad. La relación lógica pertenece a la razón, su parámetro es el orden lógico, está referida a los juicios y conduce a un conocimiento ulterior, no implícito en sus premisas. El ordenamiento lógico también puede ser efectuado por una computadora, pues este ordenamiento no es de ideas, sino de símbolos. La sabiduría es el resultado de formular juicios y proposiciones relevantes y que son sometidas al ordenamiento lógico.

Concepto y símbolo

El hecho de que los seres humanos podamos razonar de manera lógica se debe a que nuestro cerebro ha evolucionado para responder justamente al modo de funcionamiento del universo. La razón humana es la llave que abre la realidad al conocimiento, y no es, como supuso Platón, la llave de la idea. La evolución biológica, que ha resultado ser un mecanismo muy eficiente para la estructuración de seres biológicos muy funcionales para adaptarse a su medio, también ha estado tras la estructuración del cerebro, máxima adaptación orgánica para responder eficientemente al medio externo. Si el funcionamiento del universo tuviera una lógica distinta a la de nuestro pensamiento racional, ya hubiéramos perecido como especie o habríamos adaptado nuestro cerebro a dicha lógica.

Los seres humanos tenemos la capacidad para relacionar lógicamente las relaciones ontológicas y las relaciones causales ontologizadas y deducir verdades que no estaban contenidas en estas relaciones. Las relaciones ontológicas del pensamiento abstracto, que formalmente se estructuran como proposiciones compuestas por un sujeto y un predicado unidos por una cópula, podemos organizarlas tanto por inducción como por deducción para generar un tipo de conocimiento nuevo, expresado en la conclusión lógica. Este tipo de conocimiento lo denominaremos relación lógica y pertenece al pensamiento lógico o racional para distinguirlo del pensamiento abstracto. El pensamiento racional es naturalmente posterior al pensamiento abstracto, pues requiere ya de la existencia de relaciones ontológicas para poder procesarlas racionalmente.

El compromiso que resulta de relacionar dos proposiciones contrarias, que es la dialéctica ideada por Fichte y utilizada por G. W. F. Hegel (1770-1831), no obtiene como conclusión una proposición válida, pues la síntesis no elimina necesariamente la contradicción. Por otra parte, la pretensión de llegar a una conclusión significativa al considerar holísticamente un número de argumentos disímiles, considerando que el todo es mayor que sus componentes, tampoco obtiene necesariamente una proposición válida si acaso no se la eleva a una escala superior.

La lógica se preocupa de que las relaciones de proposiciones se hagan de manera correcta, es decir, coherente. No se preocupa de la veracidad o falsedad de las proposiciones en sí, es decir, de su consistencia, pues la veracidad o falsedad son cualidades de las proposiciones en cuanto relaciones ontológicas. La validez de un argumento no garantiza la veracidad de la conclusión. Luego, para que una conclusión sea verdadera se requiere que sus premisas sean verdaderas. Incluso la lógica no se ocupa del proceso de inferencia, sino de las proposiciones que existen al comienzo y al final y de la relación entre ambas.

La lógica no trata con percepciones, imágenes ni conceptos, sino únicamente con proposiciones compuestas de conceptos que se relacionan entre sí como sujeto y predicado. Incluso la lógica simbólica, fundada por George Boole (1815-1864), reemplaza estos conceptos y proposiciones por enunciados puramente simbólicos. Un concepto puede ser simbolizado y el símbolo puede ser manejado de manera lógica, desvinculado completamente de su significado, esto es, de su relación con el concepto. Las matemáticas, que utiliza los números para simbolizar la cantidad, dependen de la lógica. Así como es propio de la inteligencia abstracta estructurar conceptos a partir de imágenes o de ideas más concretas y particulares, la inteligencia racional o lógica puede simbolizar los conceptos.

El cerebro humano tiene la capacidad para transformar las representaciones abstractas en símbolos y estructurarlos en relaciones lógicas para procesarlos. En cambio, la inteligencia artificial, desarrollada por la moderna tecnología cibernética, aunque tiene una extraordinaria capacidad para relacionar lógicamente este tipo de unidades, sin duda a enorme velocidad, no puede simbolizar sus unidades representativas de la realidad. Ésta es una operación que sólo un cerebro humano es capaz de efectuar, y ello lo ejecuta ciertamente fuera de la máquina. Sólo el intelecto humano puede otorgar un símbolo convencional significativo y válido a un concepto o término ontológico. La explicación es que si bien se trata de una simple vinculación de un símbolo con un concepto, como en el caso del lenguaje, el concepto se refiere a una esencia que en un sujeto humano constituye una compleja estructura psíquica. Cuando los fabricantes de inteligencias artificiales lleguen a comprender cómo es esta estructura-función psíquica, podrán, tal vez algún día, imitar la inteligencia humana.

Sin embargo, nuestro cerebro se diferencia de una computadora en algo que es todavía más decisivo. El pensamiento racional de la relación lógica y el pensamiento abstracto de la relación ontológica son un solo pensamiento con dos estados que se afectan mutua y continuamente. En el ser humano, el pensamiento racional no se identifica meramente con el pensamiento lógico, pues está íntimamente vinculado con el pensamiento abstracto. Los contenidos del pensamiento lógico son continuamente modificados por la actividad del pensamiento abstracto y las conclusiones lógicas son constantemente incorporadas al pensamiento abstracto. La diversidad de pensamientos es unificada por la conciencia personal.

Aquello que nos caracteriza como seres humanos es, no obstante, la capacidad para formular problemas. La resolución de un problema está en su planteamiento. Si no tenemos conciencia de la existencia de problemas, tal vez viviríamos contentos, pero de manera alguna seríamos sabios. Un animal actúa sólo reaccionando ante un estímulo, y su comportamiento es instintivo, predecible, determinado. Según observó Wolfgang Köhler (887-1967), de la escuela de la Gestalt, un animal discierne y encuentra soluciones a problemas que se le presentan. En cambio, la sabiduría humana proviene de no sólo observar una dificultad, sino que de concebirla, imaginarla, preverla. En su mente un ser humano plantea el problema y, al hacerlo, se encamina a una solución. Esta capacidad de plantear y formular es la emisión de juicios, proposiciones e hipótesis. Para llegar a una solución, deberá relacionarlos racionalmente, verificarlos empíricamente o, simplemente, como los demás animales, recurrir al método del ensayo y error. Una mayor comprensión de las cosas, la obtiene formulando proposiciones aún más complejas y relacionándolas entre sí lógicamente.

He aquí, pues, lo que caracteriza a la inteligencia humana y que los constructores de inteligencia artificial pareciera que no lograran comprender. Para producir una inteligencia que se asemeje a la humana se deben salvar tres grandes obstáculos: 1º la creación de un pensamiento abstracto, con sus características donde un concepto no se comprende ni existe por sí mismo, sino que siempre está referido a otras cosas o entes tras pasar por sucesivas escalas de análisis y síntesis del proceso de abstracción; 2º el acoplamiento intercausal con el pensamiento racional, o procesador lógico, y, principalmente, 3º la capacidad para formular juicios y proposiciones, no sólo relevantes, sino que verdaderas, las que se constituirán en las premisas de relaciones lógicas, a partir de relaciones causales y ontológicas.

Tras esta comparación entre inteligencia artificial e inteligencia humana, que sirvió para establecer la relación entre el pensamiento abstracto y el pensamiento racional, podremos proseguir nuestro análisis del segundo y de su producto, que es la relación lógica.

Lógica formal

En la lógica clásica se distinguen concepto, juicio o proposición y raciocinio. Las relaciones ontológicas son propiamente los conceptos. Éstos son la unidad fundamental que corresponde a la esencia. El juicio o proposición es la unión de dos conceptos, como sujeto y predicado, por una cópula. Puede ser tanto una relación ontológica o una relación causal ontologizada. Constituye premisas y conclusión cuando, en su calidad de unidades discretas de la estructura lógica, son operados por la mecánica lógica o raciocinio. La lógica es la relación mecánica entre premisas para obtener otra proposición, llamada conclusión, que es nueva. La conclusión lógica es un conocimiento válido que no proviene directamente de nuestra experiencia.

Para asegurar la validez del raciocinio las proposiciones se rigen por tres principios de la lógica, los que fueron establecidos por Aristóteles (384 a. C. -322 a. C.). Estos principios se presuponen en todo pensamiento y discurso humano. Además pueden ser usados como reglas de inferencia en la deducción lógica de proposiciones. Ellos son:

1. El principio de identidad: todo A es A.

2. El principio de no contradicción: nada puede ser A y no A.

3. El principio del tercero excluido: todo es A o no A.

Posteriormente, G. W. Leibniz (1646-1716) propuso un cuarto principio, el de razón suficiente, que pertenece más a la metafísica que a la lógica formal.

Estos principios son fundamentales, porque si no fueran verdaderos, ninguna otra verdad podría ser pensada o formulada. Tienen que ver con todas las cosas, relaciones y atributos en el universo. De ellos se puede deducir además que si una proposición es verdadera, entonces es verdadera; ninguna proposición es tanto verdadera como no verdadera, y toda proposición es o verdadera o no verdadera.

La relación lógica pura es un proceso mecánico-inteligente mediante el cual, a partir de premisas, podemos obtener, más allá de lo que abstraemos o relacionamos ontológicamente, un conocimiento necesario aunque no necesariamente cierto, pues su certeza depende de la verdad de sus premisas. La lógica tiene que ver con la clasificación de los argumentos, no entre verdaderos o falsos, sino que entre correctos o incorrectos. Los términos válido e inválido se usan en lugar de correcto e incorrecto para caracterizar argumentos deductores. Este proceso es evidente por sí mismo, puesto que refleja la naturaleza tanto mutable como cuantificable del universo. Por ello se puede aplicar a todas las cosas y a sus propiedades. Por ejemplo, si A es B y todo B es C, entonces A es C; o también, si A > B y B > C, entonces A > C.

Según Bertrand Russell (1872-1970), la forma general de inferencia puede ser expresada como sigue: “Si una cosa tiene cierta propiedad y cualquier cosa que tiene esta propiedad tiene otra propiedad, entonces la cosa en cuestión también tiene esa otra propiedad.” Agregaría que este postulado es válido siempre que “cualquier” se entienda como “toda”.

El silogismo es una forma de raciocinio deductivo de la lógica clásica. Se compone de una premisa mayor, que es la que contiene el predicado de la conclusión, de una premisa menor, que es la que contiene el sujeto de la conclusión, y de la referida conclusión. Tanto las premisas como la conclusión son proposiciones. El ejemplo clásico de silogismo es el siguiente:

Sócrates es un hombre
Todos los hombres son mortales
Sócrates es mortal

En este caso, la premisa mayor, que es aquella que contiene el predicado de la conclusión, “todos los hombres son mortales” es una relación causal. Y la premisa menor, que contiene el sujeto de la conclusión, “Sócrates es un hombre”, es una relación ontológica.

Tanto las premisas como la conclusión de la lógica se encuentran en la misma escala. En cambio, la dialéctica hegeliana pretende alcanzar la verdad mediante la síntesis de contrarios, como si fueran premisas de una escala que producen una conclusión que las contiene en una escala superior.

Deducción e inducción

En la lógica se distingue la deducción y la inducción. En un argumento deductivo la conclusión debe seguir lógicamente de las premisas. Si las premisas del argumento son verdaderas, la conclusión debe ser verdadera. En la inducción, en cambio, las premisas proveen evidencia para la conclusión, pero no completa. Por más que las premisas sean verdaderas, no proveen certeza en la conclusión, sino sólo probabilidad. Veremos primero la lógica deductiva.

El conocimiento de proposiciones particulares a partir de proposiciones generales utiliza el método deductivo. A la inversa, las proposiciones más generales se pueden inferir de las proposiciones más particulares mediante el método inductivo. El primer método fue propuesto por Aristóteles en su Organon. Casi dos mil años después, en 1620, Francis Bacon (1561-1626) publicó su New Organon, el cual contenía el segundo método de raciocinio. En ambos las proposiciones se dividen en premisas y conclusiones, de modo que en toda argumentación una conclusión se obtiene a partir de premisas. El camino de la filosofía es especialmente deductivo. Aquél de la ciencia es inductivo cuando trata con hechos y medidas, pero al entrar al terreno de los conceptos y proposiciones, aplica el razonamiento deductivo.

John Stuart Mill (1806-1873) ha sido llamado el padre de la lógica inductiva. En su A System of Logic, Rationative and Inductive, 1843, estableció las siguientes reglas para la técnica de la investigación cietífica: 1. Método de conveniencia: Si dos o más casos, en los que tiene lugar un fenómeno, tienen una única circunstancia común, ésta es causa o efecto de aquel fenómeno. 2. Método de distinción: Si dos casos contienen un fenómeno W siempre que se da la circunstancia A, y no lo contienen si A falta, W depende de A. 3. Método combinado de conveniencia y distinción: Si varios casos, en que está presente A, contienen un fenómeno W, y en otros casos, en que no está presente A, no contienen W. A es condición de W. 4. Método de los residuos: Si W depende de A = AK AL AM mediante la comprobación de las dependencias de AK y AL queda también averiguado en qué grado depende W de AM. 5. Método de las mutaciones paralelas: Si un fenómeno W cambia siempre que cambia otro fenómeno U, de modo que todo aumento o disminución de U va acompañado de un aumento o disminución de W, W depende de U.

Desde el punto de vista del conocimiento interesa que sea verdadero, esto es, que las conclusiones que se obtengan correspondan a la realidad objetiva. A este respecto, ambos métodos presentan sus propias insuficiencias. Tal como indicó David Hume (1711-1776), en su Investigación sobre el entendimiento humano, el método inductivo no garantiza la certeza absoluta de la conclusión. A pesar de la verdad que puedan contener las premisas y de la cantidad considerada, no cubren necesariamente la mayor cantidad de la conclusión si pretende la certeza con valor universal y necesario, pues siempre queda la posibilidad, aunque a veces remota, de que no se haya incluido una premisa distinta que contradiga la conclusión obtenida. Por ello, el método inductivo consigue tan sólo un mayor o menor grado de probabilidad de certeza. De ahí que, en principio, toda conclusión científica que se infiera inductivamente sólo sea cierta provisionalmente.

Sin embargo, una conclusión científica adquiere certeza absoluta cuando se llega a comprender exactamente el “por qué del cómo es” de la relación causal, pues la certeza absoluta de una conclusión científica no reside, en último término, en el mayor número finito de casos considerados, sino específicamente en la complejidad inherente a toda relación causal. Basta que, por desconocimiento, un paso de la relación sea omitido para que se haga inaplicable a todos los fenómenos semejantes que requieran dicho paso para ser incluidos en la conclusión. “El agua bulle a los 100° C”. Esta conclusión es absolutamente cierta si se añade, entre otros factores, que, a esa temperatura, aquélla bulle, siempre que esté sometida a la presión de 1 atmósfera, que sea agua pura, que exista una fuente de calor, etc. Luego, una conclusión científica puede obtener certeza absoluta si se considera la total complejidad de la relación causal, más que la cantidad de fenómenos similares que puedan inferirse inductivamente. Estos últimos son relevantes en cuanto sirven, más bien, para conocer la indeterminada complejidad de la relación causal, la cual, como hemos señalado anteriormente, se engloba en la probabilidad.

En contra de Karl Popper (1904-1994), quien sostuvo que el conocimiento científico no puede justificarse positivamente de modo alguno, se puede señalar que la base de la certeza del conocimiento científico no se encuentra en el método lógico empleado, sino en nuestra capacidad cognoscitiva para comprender la relación causal. Debe pensarse que el tipo de criterio empleado por Popper proviene de ciertos prejuicios anteriores. Así, Kant nos quitó el conocimiento de la “cosa en sí” y nos dejó únicamente la lógica. De este modo, la solución está en la evidente restitución de la posibilidad de conocer la cosa en sí para que la certeza de nuestro conocimiento no dependa exclusivamente de la lógica.

El método deductivo, por su parte, aunque puede garantizar la validez de la conclusión a partir de premisas más generales si se siguen los principios del correcto razonamiento lógico, no puede asegurar que las proposiciones generales de las que parte sean verdaderas, a no ser que sean leyes naturales. Este es un punto decisivo para resolver la validez de una metafísica que deba asegurar que sus proposiciones más generales sean no sólo verdaderas, sino que la verdad de éstas posea valor necesario.

La filosofía tradicional nunca ha podido demostrar que las proposiciones más universales sean absolutamente necesarias y, por tanto, verdaderas, puesto que para llegar a una proposición universal ha recurrido a principios puramente a priori por desconfiar en las posibilidades del conocimiento empírico. La ciencia, en cambio, puede llegar a principios necesarios a partir de los fenómenos naturales que estudia, siempre que llegue a la misma ley natural que explica el fenómeno y que le da un valor universal, esto es, con validez para todo el universo. El supuesto para afirmar que la naturaleza del universo provee los principios necesarios o proposiciones sintéticas es precisamente la unidad del universo. En cambio, las teorías del conocimiento basadas en la dualidad forma-materia parten justamente de dicho error. En el caso del ejemplo de silogismo, la conclusión “Sócrates es mortal” es verdadera siempre que la premisa “todos los hombres son mortales” corresponda a una ley natural.

El conocimiento lógico se deriva de la organización lógica que efectuamos al relacionar una proposición, o relación ontológica, particular con una o más proposiciones más genéricas, y obtener una proposición nueva no incluida en las anteriores, o relacionar un conjunto de proposiciones particulares para llegar a una proposición nueva más general. El movimiento de la lógica se desarrolla dentro de una misma escala, pues las proposiciones que compara deben ser equivalentes. A diferencia de la relación ontológica que por medio de la unión y la intersección salta de escalas, tanto las premisas como la conclusión pertenecen a la misma escala. En la relación lógica el tránsito a lo largo del eje deductivo-inductivo tiene doble sentido: existe la posibilidad tanto de partir desde lo particular hacia lo general como de hacer el camino inverso.

El mundo de la lógica

Las matemáticas son un caso especial de la lógica. Pertenecen a una estructura lógica cuyas unidades discretas son los números. Estos son símbolos que no son representaciones abstractas de las cosas, como las ideas, sino que representan un atributo abstraído de las cosas, que es la cantidad. El número simboliza la cantidad, y la cantidad es un atributo que poseen todas las cosas, ya sean estructuras o fuerzas. Incluso el espacio y el tiempo son cuantificables. Y ciertamente, todo es cuantificable porque es múltiple. Todo está compuesto de partes, forma parte de todos y coexiste con otros similares. La cantidad es abstraída de la multiplicidad natural de las cosas y es simbolizada desprovista de otros atributos.

La operación de abstraer la cantidad de las cosas no requiere la funcionalidad del pensamiento abstracto, puesto que la inteligencia de animales superiores (chimpancés, delfines) puede efectuarla. Pero la inteligencia humana puede desentrañar las leyes que operan en la naturaleza y hallar sus conexiones cuando la observa, deduciendo las relaciones causales y encontrando su constancia. La naturaleza no es errática, aunque en ella intervenga el azar y el indeterminismo. Ella se rige por leyes naturales inviolables donde cualquier alteración, como el milagro, no tiene cabida. La razón es una función de la inteligencia humana que surgió en el curso de la evolución justamente para comprender cómo opera la naturaleza. Fue una ventaja adaptativa que ha permitido al ser humano dominar la naturaleza.

Siendo las matemáticas la lógica de los números, por esta misma razón puede desligarse de lo inmediato, crear símbolos y operar lógicamente en ejercicios de matemáticas puras, llegando a generar realidades, como números primos, números irracionales y series numéricas. En consecuencia, las matemáticas no sólo se rigen por la lógica, sino que también describen la naturaleza, que es lo que los científicos de hecho hacen cuando recurren a las matemáticas. Ellas no sólo miden el espacio y el tiempo, también miden las relaciones entre las cosas y las fuerzas que intervienen en los procesos naturales.

Además de trabajar con sus dimensiones, las matemáticas son imprescindibles para relacionar entre sí realidades como movimiento, distancia, cambio, superficie, velocidad, volumen, aceleración, fuerza, presión, peso, tiempo, densidad, energía, caudal, calor, y otra cantidad de conceptos que describen el universo y sus cosas. La naturaleza es descrita por la relación entre dos o más de estos conceptos medibles y cuantificables. Por ejemplo, en el campo de la física, una superficie es un plano que considera dos dimensiones espaciales. El tiempo es la medida de la acción en una relación causal. La velocidad es el espacio que recorre una cosa en un tiempo. El caudal es el desplazamiento de un fluido a través de una sección en un tiempo. La presión es el peso que ejerce una cosa sobre una superficie. Una fuerza es el producto de un caudal y una presión, y así sucesivamente. Lo mismo es válido para otros campos y sus conceptos de la ciencia.

En un comienzo del desarrollo ontogenético el esfuerzo de abstracción del individuo es sólo parcial, y el número no puede ser separado de representaciones, como dedos o granos, y, por tanto, es difícil de someterlo a los procesos lógicos de las matemáticas. Sumar o restar dedos es fácil, es cosa de agregar o quitar dedos. Más difícil es extraer la raíz cuadrada de una mano. Posteriormente, con la mayor capacidad de abstracción que induce la cultura y que es posibilitada por el mayor desarrollo intelectual del individuo, las cantidades son separadas de toda representación, pero para emplearlas son simbolizadas por los números.

Los números se relacionan en la estructura matemática de manera lógica. Por ejemplo, 2 + 2 = 4, esto es, si 2 = 1 + 1, y 4 = 1 + 1 + 1 + 1, entonces 4 = 2 + 2. La importancia práctica de las matemáticas es que sus resultados lógicos son aplicables a la realidad en una especie de retorno hacia ella tras una permanencia como símbolos abstractos. Al ser relacionados lógicamente, los números, que pueden simbolizar cosas diversas de la realidad, producen nuevo conocimiento que no está implícito en los antecedentes. Además, las matemáticas proveen especial exactitud a sus conclusiones o resultados, lo que permite a la ciencia, que hace uso de ellas con profusión, un grado muy grande de certeza.

La lógica no sólo se aplica a las cantidades, siendo las matemáticas un caso específico. Principalmente, la lógica nos es útil porque la empleamos permanentemente en las relaciones causales: el agua enfría los cuerpos calientes; un motor se calienta al funcionar; un motor se puede enfriar si se le aplica agua. Ocurre que el universo transcurre a través de una infinidad de relaciones causales, siendo nosotros mismos inicios y términos de relaciones causales que se verifican allí. Usualmente, nosotros y los animales superiores interactuamos con el universo a través de la experimentación del mecanismo ensayo-error. También nuestra inteligencia humana, mediante la relación lógica, puede, a partir de premisas de relaciones causales conocidas, deducir el resultado cierto o probable de una acción, ya sea nuestra o ajena. Gracias a la relación lógica, podemos planificar y proyectarnos hacia el futuro.

La analogía, que es una relación de relaciones paralelas ontológicas o lógicas, es una manera corriente de pensamiento y comunicación y confiere mayor fuerza y un significado más emotivo o poético a lo que se expresa. La analogía hace uso de la lógica en dos escalas distintas, a modo de un pantógrafo. Pero su conclusión no tiene certeza, sino que es meramente descriptiva. Su equivalencia no está en la misma escala, sino que es proporcional.

Si de la relación lógica de proposiciones se obtiene nuevo conocimiento, de la relación analógica se obtienen descripciones y perspectivas indirectas de la realidad. La relación analógica se produce por la asociación de dos proposiciones equivalentes y proporcionales, pero de escalas distintas. Su estructura formal utiliza la conjunción “como” para unir dos proposiciones o relaciones ontológicas de distintas escalas. No puede someterse a la lógica, pero es una relación perfectamente legítima para describir las cosas que no podemos entender de otra manera. Un ejemplo de analogía, que Ernest Rutherford (1871-1937) utilizó, es "el electrón gira en torno al núcleo atómico como la Luna gira en torno a la Tierra" (descripción que fue posteriormente desvirtuada). La metáfora, en cambio, se produce por la asociación de dos términos que no están relacionados ontológicamente, pero que al hacerlos equivalentes se tornan significativos. En su estructura formal los términos de la relación son unidos por el adverbio “como”, como en los ejemplos: "dientes como perlas", "atrevido como león".

Tanto la metáfora como la analogía no la efectúan normalmente la parte verbal-lógica de nuestro cerebro, sino más bien su hemisferio derecho, de funciones más propiamente espacio-intuitivas, pues estas relaciones no siguen mecánicamente los procesos verbales y lógicos, sino que son síntesis de dos relaciones ontológicas. Por lo mismo, no se le puede pedir a un poeta que nos dicte una lección científica o filosófica.

Para completar este resumido análisis de las proposiciones, es conveniente establecer que las proposiciones que contienen algún contenido valórico se denominan juicios de valor. Entre éstos, podemos distinguir los juicios morales, que se refieren a las categorías de lo bueno y lo malo; los juicios éticos, que se refieren a las categorías de lo conveniente y lo inconveniente; los juicios estéticos, que se refieren a las categorías de lo bello y lo feo; los juicios legales, que se refieren a las categorías de lo inocente y lo culpable; los juicios jurídicos, que se refieren a las categorías de lo justo y lo injusto; etc. El valor inherente a estos juicios les confiere un grado de subjetividad que los margina de las relaciones ontológicas objetivas. Así, pues, los únicos juicios objetivos son aquéllos que se refieren a las categorías de lo verdadero y lo falso.

LA RELACION METAFISICA

La metafísica es la máxima conceptualización de la realidad y trata de la obtención de lo trascendental respecto al universo y sus cosas. Es posible llegar a un conocimiento unificado y necesario del universo a partir del conocimiento científico llevado a una escala superior de abstracción. Desde los albores de la filosofía, en Grecia, los filósofos se han propuesto encontrar aquello que unifica y da sentido racional a la diversidad y al cambio que se experimenta cuando se observa la realidad. Podemos conocer íntimamente la realidad cuando al conocer sus relaciones causales llegamos a establecer que las cosas son funcionales porque ejercen fuerza. La unidad del universo se encuentra en último término en la idea de la complementariedad de la fuerza y la estructura.

La metafísica

La metafísica se erige sobre el conocimiento de una realidad de relaciones causales y de multiplicidad de objetos según el pensamiento que se elabora de acuerdo a las relaciones ontológicas más abstractas y, desde luego, a relaciones lógicas rigurosas. En primer lugar, las relaciones causales que universalizamos en relaciones ontológicas necesitan un contexto teórico para ser englobadas dentro de categorías conceptuales y, por tanto, abstractas. Para llegar a una verdadera comprensión de la realidad, no basta obtener una sumatoria de hechos observados y/o experimentados de modo inductivo, de los que incluso derivamos leyes universales. Preguntas como ¿qué es la vida?, ¿qué es el universo? y, en último término, ¿qué es el ser? pueden hacerse, no como producto solo del conocimiento objetivo de relaciones causales, sino que dependen de un contexto teórico y abstracto, pero no del modo apriorístico kantiano, sino que objetivo y a posteriori.

Para ser verdadero este contexto debe ser crítico, es decir, debe responder plenamente a la realidad. Por ejemplo, la cosmología contemporánea o, mejor dicho, la mayoría de los cosmólogos de hoy día dependen del contexto teórico expresado por la teoría general de la relatividad de Einstein. Sin embargo, al hacerlo ellos deben aceptar sin crítica alguna lo que esta teoría afirma respecto a la naturaleza del continuum espacio-temporal einsteniano como preexistente a las cosas del universo. Si se contradijera la concepción acerca de dicha naturaleza, entonces toda esta cosmología resultaría errónea.

Del mismo modo que la relación causal, la relación lógica requiere de un marco teórico como contexto para una mayor certeza. En la argumentación lógica las mismas premisas arrojarán siempre la misma conclusión. Cómo lo demuestran las computadoras, la lógica obedece a un orden mecánico. Sin embargo, una conclusión lógica no es inalterable si las premisas son modificadas. Un sano pensamiento humano abstracto está ejerciendo continuamente una crítica sobre las premisas. Éstas son juicios que hacemos sobre la realidad que experimentamos. Necesitamos que los juicios sean verdaderos, es decir, que se adecuen a la realidad. La sabiduría surge al reintroducir nuevas relaciones propositivas, argumentos y puntos de vista, apelando a aún mayor abstracción.

Combinando los dos mecanismos epistemológicos primarios –la relación ontológica y la relación causal– junto con el mecanismo secundario de la relación lógica para dar respuesta al "por qué de los porqués", es posible obtener un conocimiento unificado del universo en una especie de reedición de la metafísica clásica, pero respetando la autonomía de las dos metodologías del conocimiento objetivo, que son la filosófica y la científica.

La palabra “metafísica” se usará como el ámbito de expresión más abstracto y sobre todo más trascendental de la filosofía. Su función específica es el conocimiento que se puede obtener a partir de las conclusiones de la ciencia, pero llevado por un punto de vista filosófico a una escala más abstracta, necesaria y universal, en una máxima conceptualización de la realidad.

Sabemos que la palabra “metafísica” es a lo menos bastante ambigua y equívoca, siendo empleada, ya en su forma más degenerada, por algunos esotéricos para denotar las cosas que no son capaces de explicar, mientras le confieren una áurea de misterio a algunas fantasías. Aquí se hará uso de la mencionada palabra en el sentido que Aristóteles, o sus discípulos, le dio originalmente para referirse a ideas bastante abstractas que parten de la experiencia de lo real y que aspiran referirse a la realidad. Estas ideas estaban contenidas en su tratado denominado Metafísica para enlazarse de manera más bien práctica al libro que venía a continuación de su libro llamado Física, el que contenía temas más relacionados con una realidad más concreta.

El punto crítico de la metafísica es hallar una idea tan trascendental, por lo universal y necesaria, que pueda explicar la totalidad del universo y sus cosas. Si fuera imposible este anhelo, entonces caeríamos en un relativismo insustancial. En el caso de hacer depender la filosofía de la ciencia, el conocimiento metafísico viene a identificarse con una teoría general del universo, esto es, con una única ley natural de carácter universal y necesario que rige todas las cosas, pero que no es evidente de forma inmediata. En este sentido la metafísica viene a ser la cúspide no sólo del conocimiento humano, sino que del conocimiento filosófico.

El universo y sus cosas se nos presentan como caóticos. Aparece como un desorden de mutabilidad y multiplicidad, de cambio y diversidad sin sentido aparente. No obstante, nuestro intelecto persigue encontrar el orden y la unidad en este caos, buscando darle racionalidad. En este afán se presenta un primer problema. ¿El orden que se encuentra está en la razón o en el universo y sus cosas? Algunos, como Anaxágoras (¿500?-428 a. de C.), supusieron que la razón impone orden al caótico universo y sus cosas. Platón (428-347 ó 348 a. de C.) fue bastante más lejos cuando, al subrayar la perfección de las ideas en contraposición a lo que representan, concluyó que el mundo de las cosas sensibles no tiene existencia real, como sí lo tendría el mundo de las ideas. Ciertamente, no todos los filósofos han pensado como Anaxágoras o Platón, y han encontrado que el orden y la unidad del universo y sus cosas están justamente en el universo y sus cosas, pudiendo la razón encontrar aquello que le confiere orden y unidad.

La historia de la filosofía, y específicamente de la metafísica, tuvo justamente su comienzo con el primer intento intelectual para hacer inteligible la aparente confusión del mundo sensible. Un segundo problema que se presenta para obtener orden es si esta característica trascendental de todas las cosas, que es en consecuencia tanto necesaria como universal y que llega a explicar todas las cosas, es una sustancia, una fuerza o un atributo.

Tales de Mileto (¿640-547? a. de C.) propuso que dicha característica es una sustancia primitiva, de la cual todo se construye y que identificó con el agua. Otros amigos presocráticos de la sabiduría prosiguieron por la misma senda. Anaximandro (610-547 a. de C.) propuso el infinito (apeiron). Anaxímenes de Mileto (¿550?-480 a. de C.) supuso que es el aire. Empédocles (s. V a. de C.) atribuyó esta sustancia a cuatro raíces: el fuego, el aire, el agua y la tierra. Pitágoras (¿580-500? a. de C.) pensó que es el número. El mencionado Anaxágoras, por su parte, creyó que el principio ordenador del universo es una fuerza que la asemejó a una inteligencia (noús). Demócrito (s. V a. de C.) sugirió más bien que la característica de todas las cosas es un atributo que denominó átomo, aquello minúsculamente subsistente cuya identidad subsistiría después de todas las divisiones que se pudieran hacer a una sustancia. Heráclito (576-480 a. de C.) planteó otro atributo, el movimiento y el cambio (panta rei). Parménides (¿504-450? a. de C.) expuso que tal atributo debía ser simple, inmóvil e inmutable.

El mismo Parménides llevó la discusión del atributo universal y necesario a escalas bastante más abstractas que sus predecesores. Como vimos, siguiendo esta senda, Platón lo atribuyó a la Idea (ideai), que tiene existencia en un mundo no sensible. Aristóteles formuló la noción de que el ser tiene la característica de ser el atributo de todas las cosas, y muchos filósofos posteriores siguieron sus pasos para penetrar en los misterios de esta entidad, cada uno dando su apreciación sobre el ser.

Muchas veces los científicos son también metafísicos. Al comienzo de la ciencia moderna Descartes expuso que la sustancia no es una sino que son dos muy distintas, la res cogitans, que es espiritual, y la res extensa, que es material. Posteriormente, Isaac Newton (1642-1727) calculó que no es una sustancia, sino que la fuerza de la gravitación universal. En nuestra época, Alberto Einstein (1879-1955) propuso el continuo espacio-temporal como la sustancia de la que el universo estaría compuesto.

Desde luego, la metafísica no pertenece al ámbito de la res cogitans de Descartes, de la manera como él supuso que la ciencia, que estudia lo que tiene extensión, tendría que ver con la res extensa. Nuestro universo no es un compuesto de dos realidades distintas en una reedición más extrema del dualismo griego, sino que la misma realidad se compone de distintas escalas de estructuras incluyentes. Tampoco es la idea einsteiniana de un continuo de espacio-tiempo, ya que tal entidad no es otra cosa que la condición como la relación causal se lleva a efecto en la interacción de las cosas. A continuación corresponde indicar que la complementariedad la estructura y de la fuerza, como entidad abstracta de escala superior, representa cabalmente el atributo común a todas las cosas, y es el objeto formal y material de la metafísica.

La esencia de la Metafísica

La distinción que Kant hizo entre el fenómeno y la cosa en sí es real. En efecto, nosotros podemos concebir el fenómeno como correspondiente a las funciones propias de cada cosa en cuanto origen de causas y receptora de efectos. Luego, podemos concordar con Kant que las cosas pueden conocerse por sus funciones si identificamos apariencia con función. Por ejemplo, el verde del árbol. Así, pues, nuestros sentidos captan las manifestaciones de las cosas y nosotros podemos relacionarlas ontológicamente tras reunir orgánicamente sensaciones en percepciones, percepciones en imágenes, imágenes en ideas en escalas ascendentes e inclusivas. En fin, también podemos conocer sus relaciones causales.

Sin embargo, al contrario de lo que Kant concluyó, también podemos conocer la cosa en sí, el noumeno, pues si podemos conocer la función, también es posible conocer su origen. Para ello, es necesario efectuar una relación ontológica tan abstracta y universal como la que se necesita para llegar a predicar el por qué es de todas las cosas. Digamos que definir las cosas por el ser no nos dice qué es la cosa en sí. Para conocer la cosa en sí debemos primero entender que toda cosa es funcional, es decir, es sujeto de fenómenos, porque es estructura y fuerza. Adicionalmente, al responder que las cosas son estructura y fuerza, se está diciendo también que las cosas se componen de subestructuras de múltiples escalas inferiores inclusivas y son partes de estructuras de múltiples escalas superiores inclusivas. Por lo tanto, cualquier ser de cualquier escala puede ser definido por la estructura superior de la que forma parte y por su función específica más relevante.

Toda cosa, es decir, toda cosa en sí, está compuesta de estructura y fuerza como las dos caras de una moneda. Toda cosa es una estructura funcional, pues ejerce fuerzas y es receptora de fuerzas. Por ello toda cosa es tanto causa como efecto. Tanto la estructura como la fuerza son los elementos que comparten todas las cosas del universo, definen a todo ser por lo que es y explican en consecuencia la cosa en sí. Ambas pueden llegar a ser conocidas tras comprender que las cosas se relacionan causalmente. La cosa en sí no es un ente inmutable y eterno.

Esta comprensión proviene de entender al modo de la ciencia que todas las cosas surgen, se destruyen y se van alterando porque son estructura y fuerza. Ambos elementos están tras la explicación del cambio como producto de la relación entre una causa y un efecto. Una estructura siempre tiene la capacidad para ejercer fuerza en su calidad de causa, y es objeto de fuerza en su calidad efecto. La relación causal se manifiesta como el traspaso de energía entre la causa y el efecto. En el ejercicio de la fuerza una estructura puede afectar otra estructura o verse ella misma afectada por otra estructura de un modo absolutamente determinado según la fuerza ejercida y el modo de ejercerla. La misma fuerza puede medirse y su tipo ser descrito. Igualmente, la estructura puede ser conocida no sólo por sus manifestaciones, sino que también por sus funciones. En fin, todo ejercicio de fuerza produce cambio, aquello que hace que la realidad aparezca tan caótica para alguien que no tenga una mentalidad más científica.

En consecuencia, nosotros podemos sostener, en contra de Kant, que una proposición necesaria no proviene de categorías subjetivas y apriorísticas, sino a posteriori del determinismo del universo y de cómo funcionan todas las cosas. Así, por mucho que el sujeto que conoce se aproxime a la realidad en forma parcial, según su propio modo particular de conocer y desde una situación concreta del espacio y del tiempo, y que viva además inmerso en una realidad en permanente transformación y evolución, desde la cual es imposible mantener referencias absolutas, las proposiciones necesarias pueden ser efectuados por nuestro intelecto únicamente por razón del modo determinista y causal de funcionamiento del universo. Tras entender el modo causal que tienen las cosas para relacionarse, entendimiento hecho posible por la ciencia, podemos relacionar ontológicamente el origen del actuar causal y predicar estas características de todos los seres del universo.

Existen dos órdenes de proposiciones trascendentales que lo seres humanos podemos conocer con absoluta verdad. Reiteraré que por trascendental debemos entender que son proposiciones necesarias y que son válidas para el universo entero. El primer orden pertenece a las leyes universales que llegamos a expresar y formular como proposiciones. Estas proposiciones surgen del modo de funcionar del universo y sus cosas y que podemos conocer a través de las relaciones causales. Por ejemplo, “la temperatura de ebullición del agua a presión atmosférica es de 100º Celsius”; “la fuerza de gravedad es directamente proporcional a la masa e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia”; “el agua son moléculas compuestas por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno”. Con el explosivo avance científico hemos podido llegar a conocer incontables leyes universales.

El segundo orden pertenece a la metafísica. Estas proposiciones, cuya cantidad es escasa en comparación con el primero, surgen del modo de ser del universo y sus cosas y que podemos obtener a través de la abstracción de relaciones ontológicas en su máxima universalización. Una parte importante de estas relaciones ontológicas son necesariamente leyes universales. Por ejemplo, “todas las cosas del universo, incluido el mismo universo, son al mismo tiempo estructuras y fuerzas”; “desde el extremo de la escala fundamental hasta el extremo de la escala universal todas las cosas están compuestas por estructuras de una escala inferior y forman parte de una estructura de escala superior”; “en razón a su capacidad intrínseca para ser causa o efecto toda estructura es funcional”.

Entre estos dos órdenes de proposiciones trascendentales existen diferencias. Por una parte, las proposiciones del primer orden provienen del conocimiento experimental de las relaciones causales, mientras las proposiciones metafísicas surgen de nuestra capacidad de abstracción y de nuestro mayor o menor conocimiento de la realidad. Por otra parte, la escala de una ley universal es siempre específica, mientras que la escala de una proposición metafísica ocurre en un ámbito abstracto y de conocimiento que considera todas las escalas. Esta particularidad es de capital importancia si pretendemos llegar a conocer el universo y su significación última.

Al parecer, nunca será suficiente resaltar la crucial importancia que tienen las proposiciones metafísicas en nuestra comprensión de la realidad. Podremos llegar a conocer muy bien cómo el universo y sus cosas funcionan a través del conocimiento de innumerables leyes naturales, pero este conocimiento queda irremediablemente corto para entender qué es el universo y sus cosas. Podremos dedicar muchos recursos y esfuerzos a desentrañar las relaciones causales que rigen el universo, y así mejorar indudablemente nuestras condiciones de supervivencia, pero si no efectuamos la compleja y difícil tarea de alcanzar relaciones ontológicas cada vez más abstractas y, por tanto, universales con gran sentido crítico de permanente referencia a la realidad, nuestra vida se desenvolverá sin rumbo definido, sumergida en el mito y en el relativismo.

La relación metafísica

La relación metafísica es la máxima expresión de las relaciones ontológicas que son generadas precisamente por el pensamiento filosófico y de las relaciones causales que proveen la ciencia. Pero mientras la ciencia, empleando principalmente el método empírico, trata de la universalización de la relación causal, en búsqueda de la ley que la explica como una relación ontológica, con el propósito de obtener la certeza absoluta, la metafísica trata de la universalización de las relaciones ontológicas con el propósito de conseguir la máxima conceptualización del universo en procura de la unidad de la verdad. Estas diferentes funciones es lo que distingue la metafísica de la ciencia.

En consecuencia, la primera condición de la relación metafísica que tenga un sentido verdadero es que la misma pregunta "¿por qué es?" que llega a formular surge del preguntarse ¿qué es? de la filosofía, y "¿cómo es?" y también "¿por qué del cómo es?" de la ciencia. La segunda condición es que la organización del conocimiento metafísico debe depender de parámetros ontológicos que provengan de las respuestas científicas establecidas y consolidadas en una estructura de conocimiento en una escala superior desde donde se abre la posibilidad de dar respuesta a la pregunta que formula la metafísica.

La importancia de situarse en la máxima escala posible de las relaciones ontológicas que es dable derivar de las relaciones causales y lógicas es doble. En primer lugar allí se puede obtener un conocimiento conceptualizado y unificado de un universo puramente real, en contraposición con el universo puramente ideal que encuentra el idealismo. También evita categorías inmateriales impuestas a fortiori, como forma, espíritu, etc. Por el contrario, lo múltiple y lo mutable, formulados por la ciencia en hipótesis, modelos y teorías para obtener las leyes que rigen el cambio, pueden adquirir un significado distinto cuando se los somete a relaciones ontológicas que incorporan las categorías de la complementariedad de la estructura y la fuerza, donde la causalidad del universo juega un rol esencial, en vez de la noción de ser, que en su inmutabilidad y unidad se vuelve hermética e ideal. Ello puede fundamentar la respuesta al ¿por qué es? universal, dándole su verdadera significación.

En segundo lugar, el discurso ubicado en la escala máxima de nuestro acercamiento cognoscitivo del universo es mucho más que el metalenguaje de un lenguaje. La identificación de las relaciones ontológicas en sus distintas escalas con lenguajes y metalenguajes pertenece a una concepción del ser puramente nominal, incapaz de articular representaciones trascendentales de las cosas objetivas y de otorgar al pensamiento primacía sobre el lenguaje. En efecto, el discurso metafísico contiene herramientas conceptuales suficientemente abstractas como para referirse a la totalidad del universo sin exclusión y de manera necesaria.

Los conceptos de la complementariedad estructura y fuerza, esto es, de la composición espacial de la estructura y su funcionalidad y de la unidad última de la fuerza y su accionar en el tiempo, son tan trascendentales como el concepto de ser, pero considerablemente más significativos que éste, pues representan a la constitución íntima y fundamental de todos los seres del universo. Así, lo trascendental en el universo es ciertamente la complementariedad de la fuerza y la estructura. Sin embargo, estas características provienen de los dos principios constitutivos del universo, que son también trascendentales y que podemos comprender. Estos son la materia y la energía. También las dimensiones que generan en su interacción, que son el tiempo y la energía, son trascendentales. El tiempo mide la duración de un proceso, mientras que el espacio mide la extensión donde se verifica dicho proceso, y sabemos que absolutamente todo está continuamente cambiando dentro de procesos orgánicos. Adicionalmente, el interactuar mismo es trascendental, que es la relación de la causa y su efecto. Sobre todos estos trascendentales podemos tener conceptos, que son desde luego muy abstractos y que conforman nuestras relaciones metafísicas.

La respuesta a la pregunta “¿por qué es?” está comprendida entre la abscisa de cantidad y la abscisa de constitución, funcionamiento y desarrollo, para llegar a la relación causal, puesto que está dirigida a estructurar sintéticamente tanto la universalidad de las leyes como la universalidad de las significaciones. Desde la perspectiva científica, la respuesta alcanza, primero, a la determinación del funcionamiento de las cosas, en respuesta a la formulación de hipótesis, para propender a través de modelos y teorías a la determinación de las leyes que rigen el funcionamiento de las cosas dentro de todo el ámbito del universo. Desde la perspectiva metafísica se llega a lo universal y necesario de las cosas en función de la complementariedad de la estructura y la fuerza.

Por la comprensión de la relación causal se penetra en la complejidad. Esta nos va pareciendo mayor en la misma medida que el universo va creciendo a nuestro conocimiento, o que vayamos adquiriendo mayor conciencia y conocimiento de sus distintos aspectos; y si la complejidad del universo es infinita para nuestro conocimiento, la potencialidad de la ciencia es también infinita. Pero el límite lo impone, en primer lugar, nuestra cultura científica-filosófica, y en segundo lugar, nuestra propia capacidad cognoscitiva en particular, nuestro caudal específico de conocimientos acoplado a nuestra conciencia específica de la realidad. La complejidad constituye, por derecho propio, una coordenada de conocimiento que parte desde lo simple hacia la complejidad infinita.

Aunque lo múltiple y lo mutable puede ciertamente predicarse de la complejidad, lo que la caracteriza es la relación causal: el tipo de fuerza, la escala de la estructura, la amplitud del proceso. Ello exige del método científico un gran esfuerzo para penetrar en la incertidumbre de lo indeterminado, lo relativo y lo complejo. Descartes, en los albores de la ciencia, intuyendo la incertidumbre que había en ese campo del conocimiento, prefirió dar marcha atrás para refugiarse únicamente en la coordenada de la cantidad, de lo extenso, y dedicarse a buscar ideas claras y distintas, afirmando en primer lugar que el ser depende del pensar. Su esfuerzo concerniente a buscar la racionalidad del universo sigue siendo válido, a pesar de que en la actualidad sabemos que en medio de su gigantesco desarrollo la ciencia penetra cada vez más profundamente en lo complejo de la realidad. Sin embargo, la realidad, para su comprensión cabal, depende de la mayor escala de abstracción que podamos alcanzar de las relaciones ontológicas. Y en esta escala las ideas se tornan nuevamente en claras y distintas cuando introducimos los conceptos de estructura y fuerza.

El pensar metafísico

Hemos visto que ha habido en la historia de la filosofía una cantidad apreciable de intentos para buscar racionalidad en el universo y sus cosas. Ciertamente, la búsqueda de racionalidad procura encontrar la unidad y la verdad en donde lo primero que aparece a nuestro intelecto es la diversidad de lo múltiple y lo mutable, que son fuente de potenciales contradicciones. El problema de todas estas distintas concepciones filosóficas para conceptualizar la totalidad de las cosas del universo es uno solo: llegar a un concepto lo suficientemente abstracto y trascendental que pueda predicarse significativamente de todas ellas como referente de todo. Si este concepto tuviera la capacidad de ser predicado de todo, se superaría la contradicción y podría ser posible la verdad en esta misteriosa realidad.

Lo anterior implica que la relación ontológica más universal de todas, que es de la escala de abstracción máxima y que es, por lo tanto, propiamente metafísica, debe estar firmemente asentada en las relaciones causales que provee la ciencia si se desea llegar a determinar la verdadera característica que hace de la multiplicidad y mutabilidad de la realidad tener racionalidad. Esta relación ontológica más universal debe referirse cabalmente al mundo real, y resulta ser falsa si contradice de alguna manera las relaciones causales que descubre la ciencia. Precisamente, el mundo real es un mundo de relaciones causales, y estas relaciones comprenden la materia y la energía, el tiempo y el espacio y, en último término, la estructura y la fuerza. En consecuencia, el problema que la metafísica debe resolver es ¿qué es lo trascendental que tienen todas las relaciones causales para que puedan ser representadas por una sola relación ontológica unificadora, aquélla de máxima abstracción?

Además, a diferencia de una sustancia, la entidad universal y unificadora debiera ser en realidad un atributo de las cosas si se quiere que éstas sean justamente sujetos y objetos de las relaciones causales. En cambio, una sustancia tendría una realidad distinta de las cosas, las que, desde el punto de vista metafísico, demandan de una relación ontológica que las englobe con necesidad. No podría existir una relación ontológica que se refiera el mismo tiempo a una sustancia y a las cosas.

Por su parte, la noción de “ser”, aunque tiene la virtud de referirse a todas las cosas, tiene el problema que ella resulta ajena a las relaciones causales. La complementariedad fuerza-estructura es el atributo unificador, necesario y universal del universo y sus cosas. Surge como la explicación de todas las relaciones causales, comprende los principios constituyentes del universo y sus cosas, es a la vez el concepto de máxima abstracción de todas las relaciones ontológicas y tiene la misma extensión que el concepto de ser.

Un problema adicional es si acaso nuestro intelecto abstracto y racional es el único instrumento que tenemos para encontrar el sentido de las cosas. Debemos pensar que si nuestra “conciencia de sí,” en su interacción con el universo, logra generar un conocimiento objetivo de la realidad, nuestra “conciencia profunda” puede conocer la realidad desde otra escala con una perspectiva misteriosa. Esta diferencia de escalas no se refiere al tipo de conocimiento, sino que se refiere al tipo de conciencia. De este modo, para la conciencia de sí, las relaciones ontológica, causal y lógica son tan fundamentales que la definen. En cambio, para la conciencia profunda, lo fundamental es la apertura humilde y sincera a lo misterioso de la realidad, principalmente de aquélla que transciende al universo. La verdad objetiva, objeto del conocimiento racional, es distinta de la verdad que surge en la conciencia profunda que se sustenta en una actitud humilde de fe.

Es bueno señalar que tanto la capacidad de obtener una relación ontológica de máxima abstracción a partir de las relaciones causales develadas por la ciencia como llegar a verdades presentadas por la conciencia profunda son distintas a las conclusiones del pensamiento lógico, propio de la conciencia de sí y de la razón. Este pensamiento puramente racional avanza dando paso tras paso de una manera perfectamente coherente. Dos razones en desacuerdo pueden llegar incluso a coincidir en la misma conclusión si en el diálogo se descubre el error cometido, o la omisión en la argumentación. Tanto como en forma lógica se puede obtener acuerdo acerca de una conclusión, en la misma forma se puede derivar una acción consecuente. Esta puede ir desde una partida de caza o la construcción de un puente, hasta implementar la “solución final” nazi o apretar el botón rojo para iniciar el holocausto nuclear. Estas acciones son perfectamente racionales y coherentes y derivan de los pasos lógicos que se dan dentro de una misma escala.

Evidentemente podemos observar que un ser humano no se reduce a su capacidad de razonar lógicamente, cual computadora, y que una acción no se reduce a su lógica interna. Una teoría general del universo no puede darse sin una conciencia que tenga por referencia el origen y sentido del universo, y dentro de este marco, nuestro origen y sentido como personas, y tal conciencia es producto de la capacidad humana de abstracción. Además, la conciencia profunda, que funciona en una escala mayor, provee el marco de profunda sabiduría y humilde admiración dentro del cual el conocimiento objetivo y la acción lógica se pueden desarrollar más fecundamente.

Así pues, una acción moral no se valida desde la conciencia de sí, ni tampoco desde una legislación objetiva. La acción moral es validada desde la escala ocupada por la conciencia profunda, íntimamente subjetiva, que se desarrolla dentro de un marco de visión cósmica y trascendente y de valoraciones que provienen de cómo entender el sentido último de la vida. La bondad o la maldad de una acción moral son juzgadas según este marco de la conciencia profunda. El imperativo categórico, para utilizar una expresión de juicio moral, no proviene de un comando de la razón objetiva, como supuso Kant, sino que de una apreciación que incluye la realidad misteriosa. El racionalismo no logra explicar un metalenguaje moral. Tampoco una acción moral llega a responder a una ley universal, como pensaba Kant, si no es aquélla del mandato evangélico de caridad. Sin embargo, estos temas están más vinculados con una filosofía moral o una teoría moral que con una epistemología.

No debemos olvidar que nuestra racionalización de la realidad puede verse degradada por dos perniciosas influencias que dificultan llegar a la verdad objetiva. Por una parte está nuestra humana tendencia para racionalizar en simples y fáciles consignas abstractas la compleja realidad, aquella que los antiguos filósofos griegos identificaron con el caos. Así, nos resulta cómodo distinguir lo bueno de lo malo, darles valores absolutos, identificar lo malo con un legítimo otro como el enemigo que debe ser destruido. Por la otra se encuentra la pervivencia de creencias que casi se pierden en el tiempo, transmitidas por la cultura y que comandan nuestra cosmovisión en todos los terrenos. Por ejemplo, no estamos conscientes que somos esclavos del dualismo platónico y del gnosticismo maniqueo gracias a ideas muy asentadas en la cultura occidental. A través de estas mismas ideas, ha pasado también la suposición del Génesis que nuestra naturaleza se encuentra caída, pero que puede ser recuperada por una intervención divina. J. J. Rousseau (1712-1778), a partir de esta idea, nos trajo la idea del hombre natural, primitivo, como el ideal perdido por la civilización. Aceptamos el derecho de propiedad explicado por Juan Locke (1632-1704), incluso en su forma absoluta que lo estableció por sobre los derechos a la vida y a la libertad tras la implantación del capitalismo. Hemos hecho nuestros el ideal de autorrealización personal como el objetivo de la vida del individuo, sin estar enterados que Alfred Adler (1870-1937) lo propuso como forma para evitar traumas. Y así, sin saberlo, se ha ido construyendo el edificio de nuestras creencias más queridas.

Mientras tanto, la revolución científica, que se propuso desentrañar de la realidad el ancestral caos, ha efectuado avances enormes desde Galileo. Uno de los propósitos de la ciencia es ordenar este aparente caos. Así, Linneo clasificó las especies del reino vegetal y del reino animal. Mendeliev hizo lo propio con los elementos químicos, estableciendo la tabla periódica. Los físicos atómicos todavía siguen clasificando partículas subatómicas y los astrónomos, estrellas y galaxias. Hasta el intrincado genoma humano ha sido clasificado. Otros de los propósitos de la ciencia es el entender cómo funcionan las cosas. En este objetivo Darwin develó el mecanismo de la evolución biológica, Bohr, la estructura atómica, Freud, el subconsciente, Watson y Crick, la doble hélice del ADN.

Uno podría concluir que todo este gigantesco desarrollo científico, que resalta la relación causal como la explicación del acontecer, nos ha dado la sabiduría, mientras ha estado exterminando formalmente el mito. Sin embargo podemos observar que la gente sigue atada irremediablemente a su propia inveterada y arcaica cosmovisión. La razón es que la ciencia ha podido demostrar efectivamente que la realidad resultó no ser caótica, sino que muy compleja, siendo el caos sólo aparente. Pero al mismo tiempo, ella ha resultado ser incapaz para responder a las últimas cuestiones, aquellas más trascendentales para la existencia personal. De ahí que la metafísica esté llamada a recuperar el sitial que tuvo en los momentos de mayor clarividencia de la historia humana.

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NOTAS:
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo corresponde al Capítulo 5. “La relación lógica” y el Capítulo 6. “La relación metafísica,” del Libro V, El pensamiento humano (ref. http://www.penhum.blogspot.com/).